El encebollado es uno de los platos favoritos de los ecuatorianos, lo comen personas de todas las edades y por varias razones: por su precio, por sus bondades curativas, por la generosidad de sus porciones y, claro, por su sabor.
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Jimmy Assán lo probó cuando era niño y se volvió adicto. Tenía doce años y se levantaba un poco más temprano que otros jóvenes de su edad para llegar antes de que sonara el timbre del colegio donde estudiaba, el Vicente Rocafuerte. Afuera de la entrada principal, los estudiantes se amontonaban alrededor de dos carretas que vendían una sopa a base de pescado y yuca. Eran los sesenta y el encebollado comenzaba a enamorar los paladares de Guayaquil.
Le decían “muerte lenta” porque se preparaba en ollas de hierro enlozado y se servía en pocillos pequeños con cucharitas que tenían que ser compartidas por todos los comensales. Después de usados, los pocillos y las cucharitas se enjuagaban solo con agua antes de ser usados por alguien más. Ahora le dicen “levanta muertos”, pues es la medicina para el día siguiente a una mala —o muy buena— noche.
Hay varias historias que cuentan el origen del encebollado como si fuera el origen de la vida misma. Nadie sabe qué creer. Que si vino de Manabí, que si es de Babahoyo, que si fueron los pescadores o las negras esclavas del puerto. Lo cierto es que es uno de los platos favoritos de Guayaquil y del Ecuador entero por su precio amigable, su sabor reconfortante, las propiedades medicinales que se le atribuyen o todas las anteriores.
Juan Molina prepara encebollados desde hace más de 40 años. Su restaurante se llama Don Juan y queda en la Av. del Ejército 1026 y Clemente Ballén, en el centro de la ciudad. Él cree que el encebollado viene de Manabí. No sabe cómo llegó, pero dice que de allá vino.
“Yo he escuchado la historia de que el plato nació en altamar, en un barco”, cuenta Angélica Cujilán, dueña de El Pez Volador, ubicado en Aguirre y José Mascote, también en el centro. Según la historia que le contaron, la sopa nació como el último recurso de unos marineros que solo tenían pescado y yuca para comer.
Jimmy Assán, el vicioso del encebollado, ahora se dedica a cocinarlo y venderlo. En 1980 abrió un local llamado El Lechón, en las calles Víctor Manuel Rendón y Boyacá, del centro. Él ha dedicado su vida a este plato y conoce un poco más de su historia. “El encebollado tiene su nacimiento en las costas ecuatorianas, con el nombre de ‘picante de pescado’, que lo hacían los antepasados cholos de la Costa, con pescado salado (…). Esa gente que emigró trajo como recurso para sobrevivir en Guayaquil los astilleros y la cocina”, cuenta.
Ángel Bailón fue uno de esos costeños que vino a Guayaquil, probablemente en los años cuarenta. Llegó a la ciudad desde Santa Ana, Manabí, para hacer música y se quedó haciendo comida. Durante 60 años, su restaurante, Aquí Don Ángel, funcionó en Noguchi y Calicuchima, en el sur. A Ángel le decían Picantito porque el picante era uno de sus platos más vendidos. “Chuuuuta, era riquísimo, a mi papá le hacían cola”, recuerda su hijo Víctor Bailón Chávez. Cuenta que Ángel preparaba el picante en hornos de carbón, lo que le daba un mejor sabor.
La receta del picante, que todavía persiste, va más o menos así: el pescado salado y la yuca se cocinan en agua, en ollas aparte. No se le agregan condimentos, a lo mucho un poco de sal. El pescado se sirve desmenuzado y la yuca cortada en troncos. Encima del tubérculo se agrega cebolla colorada curtida en limón y sal, un chorrito de aceite, perejil y tomate picado. Se hacía con pescado negro, como la caballita, el atún o el bonito; ya que las pangas de los pescadores no se abrían mar afuera, donde están los bancos de albacora. Este último es ahora uno de los ingredientes principales del encebollado, por su sabor y rendimiento.
El picante “se lo comía el cholo, con arroz”, asegura Assán, y en algún momento entre los cincuenta y sesenta, este se transformó en la sopa que conocemos y amamos. Por ello, ahora los lugares donde se vende encebollado se conocen como “picanterías”. Aunque en sus orígenes este plato deambulaba por las calles de Guayaquil de la mano de los cebicheros, como se conocía a quienes vendían cebiche y encebollado en balde.
José Bailón, sobrino de Ángel, quien también se dedicó a la cocina (es dueño del restaurante Los Arbolitos II), recuerda que sus abuelos, que eran cebicheros, servían la sopa en vasos de vidrio y usaban el golpeteo de la cuchara contra el envase para llamar a los comensales.
Comenzó a venderse en el puerto de Guayaquil, en los astilleros y en el Mercado Sur (hoy Palacio de Cristal), y su consumo se volvió más popular cuando los cebicheros abrieron su mercado fuera de los colegios de mayor auge de estudiantes: Aguirre Abad, Simón Bolívar, Vicente Rocafuerte. El costo era de veinte centavos de sucre, lo que actualmente equivaldría a unos treinta centavos de dólar.
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La receta perfecta
Cada encebollado tiene un toque especial que depende de quien lo prepare; es más, entre los encebolladeros hay cierto debate de si atenerse a la preparación tradicional o innovar.
Albacora, yuca, tomate, cebolla colorada y hierbas son los ingredientes base. Tradicionalmente el caldo es líquido y no espeso. Para darle sabor y textura, hay quienes usan el mismo jugo del pescado, otros el de la yuca. Unos majan el tubérculo, otros lo sirven en troncos. Que si sazonan con ají peruano, que si solo con hierbas y vegetales. Dependiendo del paladar, se va mezclando con todo: cilantro, albahaca, apio, perejil, ajo, comino, canela, clavo de olor, maracuyá, jengibre, maní… la lista es larga.
“Mi preparado es diferente, porque yo no uso ají peruano ni ajinomoto, nada de eso… Lo mío es natural, natural. A base de tomate y hierbas, de todo. Y el pescado, que yo mismo selecciono”, dice Juan Molina, en desacuerdo con los aditivos que otros usan en los encebollados. Víctor Bailón también prefiere lo tradicional. Él sigue la receta que su padre le enseñó cuando niño. Para la preparación del caldo usa cebolla, tomate y pimiento, sin agregar sazonadores.
José Saltos, mejor conocido como Pepín, prefiere usar saborizantes. Él aprendió a preparar la sopa y otros platos a los catorce años, cuando, con su hermana mayor, abrieron su negocio en San Martín y Rumichaca, en el sur de Guayaquil. Assán, por su lado, prefiere no contar cuál es su secreto, pero asegura que los clientes asiduos de El Lechón pueden reconocer su encebollado solo con olerlo. Le creo, pues al entrar a su local se puede sentir el olor particular de la albacora con algo de comino y cilantro.
Angélica Cujilán es un libro abierto, pues dice que en Internet hay miles de recetas y videos de la preparación del encebollado, así que esto no es un misterio. La sazón de su encebollado viene de la hierbabuena, apio, albahaca, perejil, cilantro y, como toque final, jengibre. Este último ingrediente da un poco de picor a su sopa.
También hay cierto debate sobre qué complemento es el ideal para el encebollado. Aunque el picante y el encebollado inicialmente se servían con arroz, ahora la sopa se acompaña con pan, chifles o maíz tostado.
Sí, es cierto, el encebollado cambia según las manos que lo preparen. Unas sopas son más líquidas y sencillas, otras, más atrevidas, vienen con sazón extra.
La cultura del encebollado
“¡Es una droga!”, exclama Jimmy con todo su cuerpo, y tiene razón. Para nuestra suerte es legal y no necesita prescripción. En Guayaquil es de los platos más amados. Barrio que se respeta tiene su hueca de encebollado o su picantería, y guayaco que se respeta tiene su lugar favorito para comerlo.
En lo personal creo que el encebollado es un gusto adquirido, como los quesos maduros o las comidas picantes. Es algo que al inicio puede que no te agrade tanto, pero con el tiempo lo buscas, lo ansías, lo idolatras. Hay tantas razones para hacerlo: es riquísimo, es baratísimo, es buenísimo para el chuchaqui. Pero sobre todo el encebollado, aunque no estemos muy seguros de cómo llegó hasta aquí, es nuestro.
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